Yo era la princesa, caída en desgracia y tú, el caballero.
Me recogiste en las andas de tu caballo blanco para llevarme a los pastos más ricos y verdes que jamás conocí. No preguntaste lo que quise responder, lo que era pasado y no era más tuyo. Demostraste así tu inmenso caudal de nobleza y señorío que jamás conocí.
Te amo, Niño mío, dedicaré mis días a hacerte feliz y vivir con la serenidad que no has conocido nunca. Te regalo mi paz, el reventar de las olas contra la playa, el encaje de la espuma. Todo es tuyo, porque tú eres el amor de mi vida.
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