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martes, 18 de febrero de 2014

Tenía 14 años y un cuerpo hermoso. Los senos más grandes entre mis amigas, que también los tenían desarrollados. Y me gustaban los chicos malos. Aquellos que no eran de  mi estrato socio económico , o como mi madre decía espantada de mi pésimo buenísimo gusto, unos cholos agentados , cuando se tocaba de nervios. El peor de todos era César y  su moto Yamaha , a quien llegué a domar haciendome la ciega y tonta pero allí lo tenía, comiendo de mi mano. Era moreno de ojos claros, como los iqueños y tenía un desparpajo total, una seguridad en sí mismo que desarmaba. Parecía mayor a los 16 años que confesaba y una guerra declarada con mi madre o mi madre contra él, que  con el tiempo parecía a algo similar a cariño.
Pobre César, murió muy jóven con dos hijos chicos. No fue el único que se cobró la esquina, pero sí el más admirado. El se me declaró un 21 de febrero, su mejor amigo , un día antes y era de conocimiento general mi amor ciego por César Aguayo. Creo que él se sintió algo presionado para pedirme ser su enamorada. Aún sonrío cuando recuerdo la alegría superlativa que invadió esa noche mi casa. No pude conciliar el sueño de la emoción.

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