Eras el humo negro
que corroía mis riñones,
el bazo,
aquello que provocaba
nauseas,
un malestar infinito,
hasta ayer.
No me tembló la mano,
escribí lo que sentía,
reclamé con agudeza
sin ofender
presentando ante tus ojos
la verdad purulenta
de una mentira
compartida.
Eras un sueño
que quise soñar
hasta que mi orgullo
pataleó hasta los rascacielos.
No temas.
Ni un escrito más,
al menos de mi parte.
De los doctores de la ley
es probable.
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