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jueves, 26 de diciembre de 2013

Rodeaste mi cuello con tus dos manos,
 acariciando la piel más suave,
cerré los ojos para guardar el instante
en mi pecho,
pero eras el mismísimo ofidio, engañoso ser.
Sentí de pronto tu  lengua pequeña y viscosa,
  inoculando el veneno , 
y yo, estática, petrificada de horror.
Apretabas con tanta fuerza
 temí ser ahogada y morir.
Ahora me arrepiento.
Prefiero la muerte 
a morir de a pocos,
día a día.
Esta  agonía de no verte,
no tenerte entre mis brazos,
es una herida que  horada mi piel.
Ya cruza mi cuerpo de lado a lado.
Y no tengo el poder de revertir
el embrujo .
Debo lanzar  tu prenda íntima a las profundidades del mar.
Eso aconsejó  la bruja grande que visité,
reptando de dolor y deseo,


Ahora debo planear  arrebatarte la prenda
en una cita de amor.
Recuperaré entonces mis poderes,
 perdidos por confiar en un poeta traicionero,
de la tierra de las mujeres que fuman y amarran amores. 

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