Sin más, una tarde aciaga,
me arrancó de cuajo
como a una flor marchita.
Decía temer mi locura.
Cómo fueron entonces esas noches,
nos perdíamos en el desenfreno ,
en la dulce e intensa demencia de los sentidos?
Huyó del goce de mi piel.
No quiso consumirse en la pira de la pasión
en el lienzo de mi cuerpo
noche a noche prendía.
Se perdió mis ojos ,
mi dulce y hermoso altar.
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