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jueves, 24 de julio de 2014

Mis gritos se escuchan lejos en toda   la redonda.
Son los mismos , cada tarde al caer el sol.
Arreo a grito pelado a mi manada, apeada a mi yegua blanca.
Sin ella, la tarea sería imposible.
Los caballos aman contemplar el cambio de color en el cielo.
De un cielo rojizo a n claroscuro, con las estrellas y las lunas en el firmamento.
Un espectáculo para disfrutar .
Es lo mismo por la aurora, cuando arreo a la manada a pastar.
La primera en relinchar es mi hermosa yegua blanca, quien se desespera por salir a cabalgar.
Cada día es un descubrimiento.
Una mañana guía a la manada hacia la playa,
otra tarde vamos a los campos dorados donde se mecen los trigales.
Yo me dejo guiar , pues mi confianza en ella es más que cariño.
Pareciera que ella supiera mis intenciones con solo mirarme a los ojos.
O si  yo leyera sus dolores o sus alegrías con solo palpar su piel de terciopelo.

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