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martes, 1 de julio de 2014

LA CASA DEL SILENCIO DE PATRICIA TEMPLE
La poesía de Patricia Temple está evolucionando a un proceso más elaborado, siendo este libro editado por el poeta Feliciano Mejía, el más complejo de todos sus libros.
Estos versos no son nada complacientes, vienen desde muy profundo, buscan abrirse desde adentro hacia afuera como una flor carnal y mostrando sus dolores transparentar las fibras más íntimas, más intensas.  Las palabras nos conmueven como un bisturí que va diseccionando el cuerpo, el cuerpo semántico del poema,  que rasgan y se introducen entre las vísceras.
Al parecer, la erotización y el amor están fijadas en la pérdida de la forma humana, en la descomposición o en la deformación - pero creo que es más la deformación que la propia descomposición del yo poético puesto que aún así sigue reafirmándose a pesar de que lo niegue - como un cuerpo que pide más allá de sus fuerzas, pero no le llena el amor que es tan raudo, que no puede caber en un territorio tan vasto de sentimientos encontrados, que lo consume todo pero que la deja exhausta sombría. 
En el yo poético se puede ver el trauma del desamor y el mito de Sísifo. Abismo y placer. Como ella dice: “las garras del delicioso dolor”. En las antípodas también se encuentran la atracción.  El amor la mata y la revive.  La incendia y la apaga.  Los goces son el motor que va uniendo los versos, pero que también la abisman, rompen en unidad y las dispersan. Desde los vértigos de abnegación como esposa - amante llegando al límite, a los bordes de la naturaleza misma pasando por el olvido de sí misma, en las simpatías instantáneas y la dislocación de la identidad según las variaciones del humor, la aspiración de perderse es recurrente muy a pesar suyo.
Soy la mujer fragmentada que despierta al aroma de la herrumbre,
olor de lluvia de días pasados.
La que aúlla por las noches
y clama por tu abrazo áspero,
tus besos endemoniados.
La que se abraza  a tu espalda con furor,
y se embriaga de tu veneno .  
La que llora miel en cada encuentro.
Soy la mujer fragmentada que te ahnela
en la oscuridad de la luna llena.
Soy la mujer enamorada de un demonio

Esto demuestra fehacientemente las afirmaciones líneas arriba. Pero aún hay más.
En estos versos hay una embriaguez dionisiaca, un estado lirico.  Un envolvimiento que nos hace recordar los versos cáusticos de Blanca Varela donde asoma el amor de madre y el amor a la poesía. Patricia nos vuelve a arrojar nuevamente a la vorágine y nos recuerda que todavía ese vértigo continúa, que el poder y el deseo es femenino cuando de amor se trata; es también su lado maternal instintivo, es lo ilegitimo, es culpable y clandestino y no como habría sido deseable; ligados al ejercicio de un derecho, un derecho que pierde y recupera mediante rituales de insania significando muerte y castración como en la película de Nagashi Oshima “El imperio de los sentidos” que recomiendo ver al auditorio aquí presente.
Aquí la atmosfera se enrarece, se laxa, se deteriora y vuelve, a pesar de las calamidades porque al fondo siempre hay una esperanza.  El amor es esa esperanza esquiva pero siempre llega cuando menos lo esperamos. Esta poética viene de la tradición del malditismo que viene de la poética francesa del siglo diecinueve. Un Rimbaud un Lautréamont o un poeta nuestro como César Moro cuando escribe a sus cartas a su amante Antonio. Ellos son los referentes que se rastrean en su poética que consciente o inconscientemente brotan en el curso natural de las palabras, de sus versos.
Y finalizo leyendo este poema.
Soy la mujer que aulla a la luna
la loca que deambula desnuda tras sus fragmentos 
perdidos en  noches de  caminos encendidos.

Soy la mujer  que no conoce de estrellas
la loca que cambió el sol por la oscuridad.
Un lobo  espera por ella  al final del arroyo.
Clava sus garras en su abrazo poderoso. 
Nada podrà separarla del  delicioso dolor.
Muchas gracias.

 Muchas gracias.

Domingo de Ramos.



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