Tus manos se deslizan
por mi cuerpo.
Arena fina.
Rodean mi cintura.
Sol ardiente.
Mis aves blancas
se posan en el mar de tu pecho.
Que delicia , Señor, qué delicia.
Se inquietan las olas
de mi vientre.
Lloran dulzuras,
Qué delicia, Señor qué delicia
Mojas la orilla de mi playa.
Y mis pechos son lunas
redondas como mangos,
duros que devoras.
Qué delicia, Señor , qué delicia.
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