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jueves, 25 de junio de 2015

Ana sabía
siembre sabía distinguir entre los paseos solitarios por la playa a la caída del sol
cuando volvía  a lamer sus manos en gesto cariñoso,
y sus fugas deliberadas , las  largas ausencias de días y noches sin noticias , 
ella  con el alma en vilo esperando su regreso medio muerto babeante de droga y de todos los tóxicos existentes , pero vivo al fin, orinado por los perros , vomitado por los borrachos pero suyo, pegado a su pecho de paloma, . Aquellos eran más bien gestos egoístas y de angustia que ella no resentía.
A él , ella lo sabe,  la vida le duele,  en el tuétano mismo,    ni él mismo sabe  y  escapa raudo del dolor , implota, explota,  corre como un ánima por las madrugadas  por la arena  y olvida bebiendo, hasta perder la conciencia,  hasta ver lagartijas azules y  terminar llorando  desarmado y  derrotado . 
Llama a Ana con el lamento  del  hombre niño a través del desierto.
Ella escucha su clamor y corre  a consolar sus  miedos y mientras limpia  lágrimas,  babas , canta dulce una nana de amor. Pronto volverán a casa, a la tibieza del lecho que comparten y tras una ducha, harán el amor como dos animales desesperados, dos fieras  unidas por un sino oscuro, determinados a  no perderse uno del otro. 

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