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martes, 24 de febrero de 2015

Nina entrenaba con la disciplina militar, que requieren las grandes gestas. 
Dámaso tenía el ritmo del hombre del ande. La experiencia y sapiencia ,de quien sabe que la espera es una virtud. Nina desesperaba.
Por su sangre  corría febril , impetuosa las ganas de cambiar el mundo en dos días. Era una muchacha apasionada, ingenua, tierna.
 Dámaso lo sabía y callaba por llevar la fiesta en paz.
La ansiedad por las noticias de los camaradas  jefe corroían su alma, el estómago. 
El silencio estoico era lo mejor. 
Sin que ella supiera, él contemplaba a lo lejos. La  carrera graciosa de venado, su cabellera al viento  . La observaba  desnuda, entregada al placer. El conocía bien que era ley no  involucrarse  con quien sería su camarada de armas .
Más ese cuerpo joven estremecía el suyo, lo cegaba ,había logrado atarlo al suyo
Nina era tan libre , sin los  prejuicios propios de la gente de la costa. Y tan hermosa que hasta el sol se fundía en su sexo, entre sus cabellos  cuando ella  se tendía desnuda.
Una vez  contemplar esa visión preciosa ,   como una obra de arte, no pudo borrar más esa visión de su mente. 
Creía que su libido de hombre maduro estaba enterrada con la cárcel y una resignación amarga a vivir sin el placer físico Entonces supo que su cuerpo de hombre fuerte y joven volvía a cubrirse de sudor , solo evocar a esa chica
Reconoció su perturbación y una sed imperiosa nacía en su bajo vientre, luego de años.
Era el deseo  por la muchacha. 
Y contra el deseo nada ni nadie manda, solo la piel.

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