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sábado, 14 de febrero de 2015

En mis andares en pos de la visión, he caminado por sendas polvorosas, caminos ardientes de asfalto, carreteras y trochas imposibles de varar. Puentes de concreto, puentes
Todas inhóspitas, solitarias como suele ser el andar de una soñadora.
Encontré calor humanos en pequeñas  pascanas, cafés, aquellos, donde la gente se reúne en torno a una botella a contar sus efímeras glorias o tristezas infinitas. Eternas.
Escuché a muchos lamentar la pérdida de un amor, por lo que sentí la imperiosa necesidad de huir de los hombres.
Una tarde aciaga me encontré bajo el techo de una hermosa mujer desnuda bajo una especie de túnica.
La sangre se agolpó en mis sienes, mi cuerpo sintió por primera vez, aquello llamado deseo cuando la mujer ya desprovista de su vestimenta me besaba los senos endurecidos.
Fue un amor dulce y salvaje, a la vez.
Nos amábamos con fiereza, como aman aquellos que saben  lo fortuito de las pasiones.
Ella era una bella , madura fruta entre mis labios.
Con la mano derecha, guiaba mi cabeza hacia la pulpa jugosa de su sexo,
con la izquierda jugueteaba con mis senos henchidos , mis pezones erectos hasta desesperarme.
Mi orquídea, era una poza caliente, cuando ella bajaba a hundirse en ella y beberme.
Era el estremecimiento , el soberbio  placer  del cuerpo. 
Horas más tarde, invertíamos el orden y la posición del acto de amor.
Vivíamos en un  perenne estado de deseo .
Una tarde , casi noche, ella besaba mis senos, como ya ella sabía, sin prisa, encontrando cada vez un repliegue nuevo para mi placer.
Nadie nunca logró excitarme con la maestría de sus caricias en mis pechos como ella. Mi cuerpo se estremecía, se doblaba y caía al suelo 
luego de cada encuentro. Mi ataque de risa o de llanto incontrolable sobrevenía luego.
Una tarde aciaga llegó su marido y sus hijos.
Yo desconocía  que ella era mujer casada con familia y huí ante la mirada asesina del hombre.
Ella me despidió llorando en el umbral de su casa de quincha.
Esa fue mi primera relación carnal.
Luego amaría intensamente a muchos hombres y mujeres.
No olvido, sin embargo, su lengua diestra , su boca succionando mis pechos. El placer supremo de sus caricias. Una mujer me inició en el amor y sus deleites y aún ahora me asalta el deseo cuando la evoco.

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