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martes, 17 de febrero de 2015

A medida que el bus se internaba por caminos y trechos polvorientos, Nina
contemplaba  absorta  la danza dorada de los trigales al viento.
El sol caía a plomo, ella se apeó y como ya era costumbre buscó posada antes de charlar con los pueblerinos.
Este era un pequeño pueblo de campesinos pobres dedicados al cultivo del pan llevar, ubicado en las alturas de Piura.
Sin embargo, unos medianos propietarios cultivaban aquellos trigales, que encandilaron a la muchacha. Ella , ni bien llegó, fue directo hacia aquél océano de oro a revolcarse como la joven impetuosa, que era.
No imaginó jamás, que un perro guardián impediría no solo su inmersión en la  libertad absoluta en aquél mar,sino que terminarían por hacerla huir a la carrera.
Furiosa , frustrada fue a contar a quien quisiera escuchar su espanto. Una rabia saltaba de lágrimas sus ojos, que hacía muy poco se solazaban con contemplar la paz de un océano en mil tonalidades de azul. 
Ella no le temía a nada, tal como su padre la había criado y sabía por aquellas lecciones que la tierra era de quien la trabajara. Al menos, la ley la amparaba.
Craso error. Esos potentados pues comparados con los campesinos, eran ricos y poderosos,  se sentían los propietarios de la vida, las tierra de aquellos hombres que laboraban en sus campos.
Nina buscó al dueño del perro, que resultó otro perro guardián en cuanto a preservar las propiedades de sus patrones. Encontró una edificación blanca y supuso que era la oficina, Había conocido muchas similares en las haciendas de su familia, donde a los campesinos les pagaban con botellas de cañazo y coca. En un momento, recordó a su abuelo , y cada rostro aterido de frío que bajaba de los camiones a servir de pongos a la hacienda familiar.
Niña juró en ese momento luchar contra la esclavitud encubierta de aquellos hombres del ande.
Y había llegado al primer lugar de muchos.

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