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viernes, 20 de febrero de 2015

Nina pasaba las noches en vela  imaginando el momento en que   Dámaso propondría la fecha y hora de la primera toma de tierras.
Sabía que él era un hombre precavido, de darle mil vueltas a las cosas.
Era natural, a diferencia de Nina, él había sufrido en carne propia las traiciones, cruentas torturas y la cárcel. Y sobre todo , conocía  , los peligros a los que se enfrentaría y con esta mocosa , además. Nina podía conocer mucho sobre marxismo pero no era más que una teórica. Una romántica para colmo.
Temía que ella con ese entusiasmo desbordante, cometiera algún error que les costara no solo la asonada sino la libertad.
Y Nina se deshacía en impaciencia , no dormía, además, por el sonido dulce  de gruesas gotas de lluvia sobre el tejado de zinc.
Caía rendida por las noches luego de estudiar largas horas sus libros y leer poesía
de autores rusos, que eran sus favoritos. A Vallejo lo recitaba de memoria pero Maiakoski tenía para ella la fuerza del océano cuando cantaba  odas a los obreros. 
Era casi medianoche cuando el sonido de la lluvia la despertaba y era la hora favorita para dejar volar su imaginación y proponerse paseos cada vez más distantes a fin de conocer al dedillo la zona.
Nadie sospecharía de esa gringa loca ,que caminaba contemplando arrobada los maizales, su danza perfecta al viento. 
Ni una sola  vez se permitió el asalto de la nostalgia.

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