Y así, recorrí muchos kilómetros guiada solo por mi instinto.
Comí donde me ofrecieron los lugareños, dormí siempre en casa de aquellos que además de posada me instruyeron en el amor.
A veces pensaba que mi sexo era quien guiaba mis movimientos y por un tiempo me complací en el arte de amar, sin importar sexo, color de piel-
Tan solo era el llamado de las entrañas, la orquídea ardiente era mi cerebro.
Y viví tan complacida de mi propia vida que ya me preocupaba.
Mi tarea era demasiado simple. Esperar al amado, cocinar pescado, danzar sobre su vientre, estremecernos sobre su pecho, sobre el mío.
Lo más frecuente era sobre la tabla que hacía de mesa en nuestro rústico hogar.
Mi padre no aprobaría nada esta vida muelle sin responsabilidades ni compromisos. El me hizo estudiar, me envío a los mejores colegios del extranjero para que yo asumiera con convicción verdadera las necesidades de mi pueblo.
Yo , por el momento, hacía el amor con seres del pueblo de una forma desaforada y sin mayores complicaciones.
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