Nina redobló sus guardias frente a la casa de Dámaso.
El estaba adentro y no respondía a los llamados de ella, pues no le daba la reverenda gana.
Bien ganada tenia la paz y su libertad, arrebatada una noche aciaga, para dejar pasar a esta blaquita medio loca que hablaba de temas que él prefería mantener en el olvido , y ocultos pues sus heridas aún sangraban en su memoria de hombre trejo.
Qué podría enseñarle ella de justicia si no conocía nada. . No había experimentado el dolor físico de las torturas . No sabía de de la traición de tus propios seres queridos , de tus vecinos, que levantaron falsos testimonios y lo acusaron sin pruebas. Solo para quedar bien con los patrones de entonces.
Y si Nina era linda, él ni se había dado cuenta.
No miraba mujeres desde que su mujer marchó ,cuando él cayó preso.
Eran seres desleales, de poco fiar y mucho hablar.
El prefería enfrascarse en la lectura de los textos marxistas que los camaradas presos le habían regalado. Prepararse pues, él no era hombre de derrotas.
Cada dos semanas recibía la visita de los camaradas que llegaban de las alturas a informar sobre el movimiento de asonadas y toma de tierras.
En la costa se vive de espaldas a la sierra , más aún si se trata de aquellos poblados tan altos y míseros pero sobrevive la esperanza.
Más aún en aquellos lugares donde se forjan los hombres de lucha , aquellos verdaderos valientes que le escupen su rabia a la cara al gamonal .
Dámaso preparaba con ellos una asonada.
Nina sabía por oídas pues en un pueblo pequeño , hasta las abejas zumban distinto cuando se está gestando algo importante.
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