A partir de la llegada de los camaradas, la relación entre Nina y Dámaso se convirtió en un intercambio constante de ideas. No tenían tiempo para el amor.
Una noche , Dámaso bajó al pueblo con Santos, su antiguo compañero de celda, quien lo había instruido en las primeras lecciones de marxismo.
Dámaso bebía sus palabras , hallaba en aquellas palabras, el sentir que guardaba en el pecho desde muy niño.
Santos era un líder muy respetado en la zona y ya cargaba con varias órdenes de captura en su haber. Vivía clandestino, entre la noche y las primeras luces. Recorría pueblos, vivía de lo que los comuneros le dieran. Cambiaba de aspecto, se hacía crecer la barba, se afeitaba eludiendo así el cerco de la represión. El estaba ahora abocado en la lucha por los derechos de los trabajadores de las minas .
Las empresas transnacionales hambrientas de riquezas explotaban a sus trabajadores desde tiempos inmemoriales y mataban la riqueza del medio ambiente, envenenando el agua , matando lentamente a sus pobladores. Los niños nacían muertos, o deformes.
Al igual que Dámaso, Santos estaba enamorado de una blanquita poeta, activista de derechos humanos y ambientalista
Escribía una columna de opinión en un diario importante de la capital . Su voz era respetada por la juventud y los grupúsculos mínimos de militantes en los que se había convertido la izquierda en el Perú.
Entre tragos, Santos y Dámaso se confesaron y rieron a carcajadas de compartir hasta el tipo de mujer.
La única diferencia es que Nina era una jovencita y la periodista poeta, una mujer hecha y derecha. Por ambas de extracción burguesa corría sangre rebelde y valor, si bien no habían purgado cárcel.
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