He de hincar mis rodillas,
levantar los brazos al cielo.
Clamar a gritos, aullar
como una loba herida,
rogar humilde al Dios de los cielos
por unas horas de dulce serenidad.
Los demonios acosan mis sueños, Señor.
Rondan tras mis espaldas,
roban mis ideas, las confunden,
mi mente es una madeja de hilos,
enredados, inconexos por títeres malvados.
Quise rodar sus cabezas con cimitarras,
envenenar sus alimentos.
Ellos son invencibles.
Se multiplican y vienen por mi
No tengo escapatoria.
Saltar al vacío
o entregarme a sus armas.
Mi suerte está echada.
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