Cuando la vida se reduce a hacer el amor, comer pescado y aguardar el arribo del amado, no hay lugar a disputas.
Se comunicaban apenas con roces de cuerpo. Solo el deseo y su búsqueda incesante del placer los mantenía juntos. Al menos, en lo que a ella refería.
Ella, temía un embarazo. Un verdadero pánico a equivocar fechas y quedar atada de por vida, la sumía en una desesperación profunda.
No sabía la reacción que podría tener el pescador a su negativa de tener a un niño.
Claro, la atracción seguía vigente, más no la idea de establecerse. Formar un hogar con alguien que hablaba en monosílabos, no resultaba muy estimlante.
Ella había salido de su hogar con una misión a cumplir consigo misma.
Nada ni nadie la desviaría de su destino.
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