Entonces, mi cuerpo era un organismo libre que circulaba por la vida sin culpa alguna. Me apegaba a quíen me diera calor y placer.
Amé por primera vez a una mujer , luego llegó el deseo irresistible por un pescador de un poblado de Colán. Lo seduje con las artes aprendidas en las tardes calurosas dedicadas al goce físico en casa de Alida.
Yo era obviamente virgen, es decir, no estaba desflorada pero sabía muy bien el sabor de mi placer y cómo alcanzarlo. Luego, entablé amistad con una mujer del poblado de Colán y fue ella quien me instruyó en las lecciones de enloquecer a mi hombre.
El era mi marido, mi macho, aquél por quien yo rezaba cada día por otear a la distancia, volver sano y salvo de la pesca . Aquél, a quien besaba cada poro de esa piel curtida y salada, y sabía manejar sus sensaciones físicas hasta enloquecerlo.
Nuestros ruidos amatorios se convirtieron en la comidilla del lugar.
Qué me podía importar si cada día ,yo devoraba a ese macho de pectorales maravillosos. Era verlo frente a mi , rudo , con el sexo dispuesto , el torso maravilloso para desearlo con una intensidad que me asustada. Mi entrepierna se humedecía, rociaba por los muslos y esa fragancia atrapaba a mi hombre. Ambos eramos jóvenes , y yo, citadina, quería conocer más detalles para atizar el fuego entre nosostros.maldecido.
Yo vivía acurrucada en mi hamaca, atisbando el océano, distinguiendo su lancha entre miles de colores . Amando y siendo amada como pocas mujeres de mi tierna edad. Aún no cumplía yo los 20 cuando conocía ya la plenitud de los placeres y jugábamos cada noche, con sensaciones nuevas, diferentes . Debía mantener satisfecho a mi marido y yo con él. A veces, me aupaba a sus piernas, ni bien llegaba y me tomaba sobre la vetusta mesa.
Otras, lo aguardaba vestida de negro para que él arrancara mis prendas con los dientes.
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