Ella vivía en el mejor de los mundos.
Estiraba la mano y cogía un higo del añoso árbol, que brindaba sus hojas como sombra a la hamaca, frente a un mar de mil tonalidades celestes, añiles, azul intenso,
un mar tan transparente como el carácter de su marido, el pescador.
El no tenía vicios mayores. Los fines de semana regresaba borracho como todos en el poblado, siempre que hubieran obtenido una pesca abundante.
Los días de jornada, el pobre tenía tiempo para hacerse a la mar y amar a esa blanquita, que el sol bronceaba cada día.
Caía rendido de tanto goce presto a darlo todo en la pesca.
Las conversaciones entre ellos no eran por demás ni frecuentes menos largas.
Ella suplía esa incomunicación verbal solo contemplar el torso y sus pectorales de macho.
Ni siquiera Alida sabía estremecer su cuerpo tan solo mirar a ese hombre.
Era hermoso, anchas las espaldas, tenía un sabor salobre en la piel que la exitaba mucho . Ella decía que " él le hacía irse en aguas, pues su clítoris que ella llamaba su orquídea crecía de modo, tal que le dolía.
Mientras esperaba su retorno, ella evocaba su imagen y se acariciaba los senos,
y por supuesto esa orquídea, que más parecía una flor devoradora. Tenía vida propia, se iniciaba con una hinchazón en el vientre bajo, el líquido corriendo entre sus piernas y el movimiento de labios como si quisiera devorar algo.
Era el momento de iniciar su rutina amatoria en solitario.
Y qué gritos daba cuando por fin lograba calmar la flor .
Baldeaba el piso de tierra mojado de su olor vaginal y ya soñaba con la vuelta de su pescador.
Pensar en proyectos ? No era el momento ni el lugar.
Vivía en un estado de gracia perenne, temía no repetir este momento y ese hombre la enloquecía.
Era aún muy joven para iniciarse en la lucha por cambiar el mundo.
Primero lo gozaba, pensaba cuando la asaltaban las dudas morales sobre su destino. Ya habría tiempo para cambiarlo.
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