Nina tardaba en abordar el alma de Dámaso. Era una torre inexpugnable,
maciza y por demás un reto más.
Sus manos bruñidas, anchas manos de campesino apenas se movían.
Ella era ímpetu, tempestad clara intentando minar el muro de concreto alrededor del alma y la mente de este hombre.
No sabía que sus palabras calaban muy hondo.
El se conmovía hasta los tuétanos al sentir su ímpetu, esa inocencia que él mismo sintió alguna vez.
Temió , no supo la razón, pero supo que el tiempo estaba próximo.
Los camaradas estaban por arribar y ella estaba más que capacitada para participar en las reuniones. Y pronto en las tomas de tierras.
No había marcha atrás.
El sentía el deber de proteger a la muchacha, en un rezago paternalista que los hombres, aún los más curtidos revolucionarios sienten hacia las mujeres .
Nina mostraría rmuy pronto sus condiciones de lideresa política y de mujer de armas tomar.
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