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martes, 24 de marzo de 2015

Si bien Nina  estaba del todo acostumbrada al ir y venir del pueblo, no sospechaba que la seguían.
Ella se sentía en un paraje tan amable, entre gente sonriente y mineros trejos, que ella resultaba  poca cosa,  para merecer la atención de la policía.
Las mujeres enamoradas pierden la perspectiva , olvidan lo aprendido alguna vez  y una tarde aciaga, Nina se vió sentada frente a un policía de civil que quiso arrancar confesiones a cachetadas e insultos hasta entrada noche.
Nada dijo, La soltaron y fue inmediatamente a la posada a inventar una historia de ladrones que justificara los moretones.
¿ Cómo haría con los mineros para no comprometerlos? 
Aún no lo sabía. Ella debía recuperar la serenidad, vencer el miedo que ya empezaba a querer  devorarla, dormir mucho. Dejarse querer con los caldos de la señora. Su minero sabría comprender y supondría que ella nada hacía por capricho.

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