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sábado, 18 de julio de 2015

Un nuevo grupo de mujeres, de  distintos tonos de colores en  su piel, morenas claras como la melaza, oscuras, prietas y otras blancas con cabellos azambados ,  los pies llagados , calcinados los cuerpos  por el sol inclemente se derrumbaron exaustas bajo las   dunas en el arenal.
Enmudecidas por la sed y el hambre, cayeron en un sueño pesado como de muerte por una semana entera.
Al pasar por la orilla y verlas desparramadas con sus harapos de colores, las piernas hacia un lado y los brazos hacia el opuesto, causaban risa por lo cómico de sus posiciones.
Nos acostumbramos al reposo silencioso de las extranjeras hasta la mañana que una por una rompió la armonía de la playa con un canto, un silbido distinto. Eran como si las aves del paraíso cantaran al unísono en un sonido enloquecedor.
 Clamaban, pedían agua y comida en su lengua, una jerigonza de todas las lenguas del mundo. Los pescadores del muelle, hombres de mundo se acercaron con curiosidad de hombres , primero y  entablaron  diálogo precario con aquellas foráneas venidas de la Islas Martinicas, de sus alrededores los archipiélagos de pequeñas islas e islotes
Las mujeres de los pescadores se apresuraron en freír pescado como para un batallón, pues aún del cielo llovían los peces y los pescadores a  construír un techo para protegerlas del sol ardiente y las ventiscas que ocurren por las tardes. 
¿ Cómo llegaron a nuestras costas aquellas mujeres, de islas exuberantes , de soles arrebolados y aves de silbidos y cantos tan sonoros? 
Esclavas, nunca fueron hasta la llegada de un nuevo gobernador que quizo amancebarse con cada mulata , cuarterona y sus hijas.
Ellas , insurrectas, bellas y libres  jamás sufrieron el azote del esclavismo ,
tomaron naves antes del alba y escaparon con lo que tenían puesto.
Así llegaron a nuestras costas , pocas se hicieron a nuestra arena árida tan distinta a la fina y blanca arena caribeña. 
Apenas enteradas de la caída del tirano, se apresuraron a volver tan rápido como llegaron, sin mayor sentimiento de cariño ni por aquellas dulces pescadoras que eran como madres con ellas.
Ellas se estrecharon en abrazos eternos mientras les entregaban viandas casi para tres meses de travesía. Ellas sonreían como reinas coronadas, altanareas, sabiendose bellas , inalcanzable.
Un, marinero borracho harto de tanto engreímiento,  de tanta fufulla  empujó las barcas de un solo envión y las hizo por fin a la mar a estas mujeres que nunca dejaron de ser unas recién llegadas. 

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