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viernes, 11 de abril de 2014

María se contentaba con contemplar la aurora, ver ese cielo azul que perduraba en otoño. No le interesaba la ropa, las frivolidades en general de las amigas de su edad. Por ello tenía una amiga,  Ana, que la secundaba en  lo que todos llamaban locuras. Y la reconvenía, cuando ella traspasaba los límites, aquellos riegos que María amaba con verdadera pasión.
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Sabía que aquello no era común entre su medio, pero ella era la dueña de sus días.
Era la adolescente tardía que disfrutaba de gobernar su vida en libertad y amar, a quien mejor le pareciera.
Con L. había hallado el amor y la contención, pero no por ello dejaba su coquetería , su caminar erguido , su aspecto de vicuña joven, su fascinación por los poetas jóvenes.

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