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lunes, 24 de marzo de 2014

María había quedado fascinada con las casas de atrás del manicomio. Antes se solía  decir que los alquileres  de las casas eran muy baratos, pues la gente decente temía que los dementes
se escaparan por las paredes y entraran a las casas de familia.
La imagen de los locos resbalando por las paredes me parecía surrealistas. Y graciosa. Me hubiera gustado pasar una temporada allí para armar una revolución y subir y bajar a las calles con nuevas ropas estrafalarias a ensuciar la vista de todos.
Ella, como hija de un médico, amaba  a los pacientes siquiátricos, a los locos pues se sentía más cerca de esa tribu que de su familia estirada y convencional.
Los dementes crean sus propios mundos y no mienten; cuentan historias que a María la subyugaban cuando era voluntaria en el pabellón 5. Cada enferma era una abandonada. Entraban de emergencia por una crisis, las internaban y la familia no volvía por ellas. Entonces cada día de visita soñaban y aseguraban con certeza absoluta que el domingo vendría su padre, o sus madres, o los hijos.
Permanecían en el pabellón de las crónicas pues sin el amor familiar o un núcleo favorable era imposible una mejoría, A
demás , nadie las quería en casa . Y ellas seguían con fe inquebrantable esperando al esposo , al padre que las dejó para no volver más.

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