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lunes, 14 de diciembre de 2015

Son muchas las   auroras   las manos despellejadas  por aferrarme al barranco , no caer al abismo.
Otras, solo cerraba los ojos , me abandonaba sin luchar, la marea feroz devoraba mi cuerpo frágil.
Nunca morí del todo. 
Amaba demasiado las auroras como renunciar a   ellas en cualquier playa.
Comprendí que debo esquivar la delgada línea del barranco,  aquél borde, frontera o como se llame que separa la serenidad de la frenética y violenta desesperación o locura, como quieras le nombres.

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