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domingo, 19 de octubre de 2014

Eran los fines de semana, cuando sentía el punzón de la soledad en el pecho.  Salía con prisa a olvidar  las penas pedaleando  . Calle a calle sentía que la  desazón volaba con la velocidad de mis pedaleos.
La brisa del viento eran las caricias que necesitaba para montar embalada hacia donde la inspiración me guiara. Y eran siempre los callejones, las quintas ocultas.
Me causaban una curiosidad saber quienes las  habitaban .
A veces, rondaba el mercado de Magdalena y veía en lo alto una especie de cuartitos pequeños pintados de azul.
imaginaba que tiempo después sería amiga de uno de los habitantes de ese lugar alto, humilde pero lindo con ese azul que yo amaba. Me recordaba a la felicidad.
Aún no había conocido profundamente la felicidad. Solo un ramalazo de ella, que terminó con mi matrimonio y me condenó a una soledad que en realidad era la libertad que siempre amé y me fue esquiva. 

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