No hubo ni nunca habrà
asomo entre sus fauces
brizna con sabor a memoria,
que no sea el escupitajo,
una maldición disimulada entre los labios,
el un punzón a la altura de las costillas,
cada semana, cuando firmaba el cheque,
que me refundía en el hoyo cada vez más profundo
donde era presa de las lianas de las matas y los arbustos,
de la dependencia deleitosa de las fragancias,
un mundo propio, ajeno a todos , que nos permite la felicidad,
solo pegando la nariz a la pared donde crecen las plantas.
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