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domingo, 26 de julio de 2015

No hubo ni nunca habrà 
asomo entre sus fauces
 brizna con sabor a memoria,
que no sea el  escupitajo,
una maldición disimulada entre los labios,
el  un punzón a la altura de las costillas,
cada semana, cuando firmaba el cheque,
que me refundía en el hoyo cada vez más  profundo
donde era presa de las lianas de las matas y los arbustos,
de la dependencia deleitosa de  las fragancias,
un mundo propio, ajeno a todos , que nos permite la felicidad,
solo pegando la nariz a la pared donde crecen las plantas.

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