Hordas de salvajes ilustrados truenan sus botas,
como un repique infernal sobre los atrios,
en las callejas, en las calles del centro de mi ciudad.
Van armados de picas y morteros,
de uñas largas , del arma secreta y mortífera,
el pico de oro de la falacia,
el insulto y el agravio virulento.
Ellos se dirigen hacia el cónclave anual de los peruanos,
aquél donde reina la inmoralidad
y todos debemos disimular.
Yo no, yo no respeto la mentira a mi pueblo,
la fanfarria, los oropeles.
Nos aguardan cuatro años de verborragia,
cuatro años que no presenciaré
ni por todo el oro del mundo,
pues contemplar la bajeza del ser humano
ver descender su condición por un pedazo de pan,
es muy triste, hermanos, es terriblemente penoso.
Hordas de salvajes ilustrados truenan sus botas,
como un repique infernal sobre los atrios,
en las callejas, en las calles del centro de mi ciudad.
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