Desperté desnudo ,
tras la duna de arena,
los párpados entrecerrados,
ebrio de sueño ,recuerdos y ron barato
la piel, los labios llagados de sol inclemente,
suplicando al viento por agua.
No recordaba nada, o no quería pensar en eso,
lo había olvidado o no importaba más,
salvo por un aguijón en algún lugar del alma
o del pecho o donde duelen las cosas que importan
y que nadie sabe como se llaman en realidad.
La cosa esa hería y hasta sangraba por un ojo,
el izquierdo.
y no fue cosa de golpes ni pelea de hombres , yo recordaría
quizás algo de amores con una de estas mujeres hermosas de las dunas,
tan libres como indómitas, así las llamó alguna vez don Antenor, por
ser bellas y ellas dueñas de su destino. Me gusta la palabra, si alguna vez tengo una hija,
la llamaré Indómita para que sea bella como estas mujeres y nadie pueda gobernar-las.
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