Así aparecí desnuda junto a otras mujeres desnudas,
unas balbucientes, otras echando espuma por la boca,
otras gritando, los ojos muy oscuros desorbitados,
guiadas por otras mujeres hacia las dunas de arena
de la playa.
Eran dunas suaves, redondas ,
sin lugar a la traición
del cuchillo del viento.
En todo caso nos protegían de los maretazos,
de las areniscas, del ardiente sol
tan comunes en estas partes del desierto.
Dunas como vientres cálidos al mediodía,
o como lechos de guarecer por las noches,
siempre bienhechores y amables,
benditas dunas de arenas
del desierto mío.
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