Aquella otra mujer cerca a mi esquina vocifera por un vaso de gaseosa light,
patalea vigorosa en su afán, levanta una cortina de arena, ensucia a todas las demás mujeres acoderadas tras la duna .
Todas protestamos y ella se calma. Pasado un rato, vuelve a la carga como una niña malcriada.
La ansiedad por la bebida, la necesidad de llamar la atención, es cosa de todos los días en los arenales. Las mujeres pierden sus nombres, los olvidan con el transcurrir de los días.
El sol inclemente borra recuerdos, memoria, y al final solo queda una repentina ansiedad , asolapada tras una gaseosa, un capricho menor.
Ella ha debido desear repentinamente recordar su nombre, algo de su pasado , la familia.
No sabe no recuerda, es mejor así.
Le entregamos la gaseosa , la bebe de un tirón y cambia de tema.
Nadie sabe ni quiere conocer las razones el por qué llegó a los arenales.
Se vive feliz acoderada a las dunas , protegida del cuchillo traidor del frío y la helada espuma del mar por las noches.
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