Insisto en recorrer las quintas, calles y avenidas de mi niñez en pos de mis recuerdon.
Los perdí una noche, de la cual ya no guardo el recuerdo. Salvo el jazmín, que está inscrito en mi piel, como una marca indeleble.
Necesito volver al aroma de los árboles de mi infancia, los jazmines y el caballero de noche que poblaban mis noches en casa de mis padres. Las acacias, los floripondios, los humildes geranios. Aquél jardín ubérrimo de flores y plantas imposibles de enumerar de la casa familiar.
Y de allí, mi inclinación a buscar el aroma de las flores y las plantas en cada jardín. El misterio de la fragancia se ha convertido en una obsesión en mi, cada vez más intensa.
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