María había descubierto el malecón, siguiendo su instinto en un descampado de San Isidro. Ella solía correr a lo largo de la Av. Salaverry y un día se aventuró a ver que existía al final de la avenida. Era un descampado desde donde descubrió el mar. Nunca sonó tener un malecón casi a sus pies.
El océano era la suma de toda las libertades, de todos sus sueños, la belleza pura. Y lo había encontrado . María empezó a visitar a diario su descubrimiento secreto, como un ritual sagrado , Venerar ese barranco maravilloso, el un abismo que le quitaba el aliento y la adrenalina de subir al pico más alto del morro.
Se contentaba con contemplar el ritmo de las olas, la espuma blanca que le traía recuerdos de los encajes tejidos.
Un buen día decidió bajar a la playa y encontró La Medalla.
Un lunar en una zona residencial. Era una especie de Pueblo Joven,
con casas de todos los materiales posibles que terminaba en la vera de la playa. El corazón de María latía a mil por horas pues era un descubrimiento aún más importante , conocer un barrio marginal y recorrerlo. Miradas torvas, chiquillos y perros ladrando , hombres de rostros marcados , ella siguió adelante. Llegó a la arena, se quitó los zapatos y entró en pleno invierno al mar. Los pescadores que regresaban de faenar la miraban curiosos pero ella era en ese mismo momento la chica más feliz del mundo. Había hecho suyo el mar y ahora nadie le impediría conocer otros barrios.
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