María era un torbellino. Sus entrada y salidas eran más parecidas a una puerta de vaivén que a una mujer. Era pasión pura y obstinación.
Tenía el plan listo para escaparse mañana .
Recorrería desde su departamento , las callejas que transitaba con un novio suyo. El le mostraba las dulcerías de la zona que ella jamás conoció, sino con él. Era mérito del muchacho incenti
Llegaría a la mítica Residencial San Felipe, viejo lugar de gratos recuerdos y seguiría por el barrio de los árabes, es decir, y contemplar sin apuro las quintas antiguas, que según creía María, habían sido testigo de la historia de tantas familias. Quizás se acercaría por el antiguo mercado y de frente a su antiguo cuartito a una cuadra de Campo de Marte.
Había vivido todas las experiencias en aquél cuartito que ya no existía como tal.
Habían derribado la casona y en su lugar construyeron un moderno edificio. María sabía que si se acercaba al patio de aquél edificio vería la llama intacta de su amor por ese hombre que la llevó a situaciones límites. Como penas fantasmales, quizás los nuevos habitantes escucharían susllantos, los alaridos cuando él drogado la masacraba.
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