Alicia transpiraba , cada movimiento la agotaba.
No sabía si era la depresión, o si la atacaba una anemia por la mala alimentación. Debía ser esa maldita tristeza pues casi no sentía apetito.
Sus piernas habían perdido fuerza.
Sus sueños chocaban contra la pared de cemento de una realidad que sabía ella, que podría tener una salida. Era una vaga esperanza. En estos casos, muy valiosa
Su fe, -se aferraba a ella- para darse aliento.
Nada es peor que saber que ya no tenía a nadie a quien recurrir.
Si ella se mataba, recurría al suicidio, todo mal se desvanecería.
La esa creencia religiosa de la condena eterna era algo que la amarraba de brazos.
El temor a ese , su Dios, la mantenía viva, agonizante pero viva.
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