María regresaba a su departamento, dichosa y satisfecha.
Aún abuela ,podía desafiar a las alturas de los barrancos.
Dejarse seducir por la adrenalina , que corría por sus venas.
Ser toda una atleta.
Cada día superaba sus retos. Mañana saltaría en un alarde de riesgo, de roca a roca. Si caía arañaría las piedras o simplemente dejaría que la marea la cubra y a grandes brazadas, medio maltrecha, nadaría hasta la playa.
Y esta tarde, sentada en el pico del barranco más alto contemplaba el cielo , en perfecta armonía con el mar .
Nada le causaba mayor felicidad, paz.
Escuchar el bramido de las olas , tentar al miedo y al peligro, vencerlos eran sus pruebas favoritas,
para alguien que escogió ese lugar secreto desde niña.
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