María sentía la asfixia en la garganta. Estaba aprisionada , no era capaz de escaparse, de dejar un minuto a L. que se debatía entre el tormento del sus piernas y el sueño.
Era un agonía ver su caminar, torpe , aferrado a un bastón. Cada paso que él intentaba, era un alarido.
Sufría por él, por aquél hombre fuerte y deportista, que caminaba a pasos veloces
No caminaba, corría y ella no era capaz de alcanzarlo.
Ayer le dieron la noticia del cáncer a la piel.
Era como llover sobre mojado. No debía fumar ni tomar pastillas. María sentía sobre ellos la sombra negra del internamiento. Era la única manera que él limpiara su organismo de tanto cigarro, medicación, .
En el centro de Otoya lo cuidarían. Al menos, las múltiples veces que se internó, salió delgado y lo más importante, limpio.
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