Ellas eran hermanas de padre y madre, recibieron la misma educación , se criaron con los mismos principios pero Clara tenía muy clara su función en la vida.
María era traviesa, por sus venas corría un torrente incandescente de rebeldía desde su más tierna edad.
Le fascinaban las calles del mercado, lo distinto a la elegancia ,eso la atraía tanto que su vida fue marcada por el cemento, las noches bohemias y la búsqueda incesante de la libertad y la justicia social.
Ella sufría la tiranía de ser una niña de su casa, una niña de sociedad. Hubiera querido nacer en un campamento gitano.
Hubo de pasar algún tiempo, unos años para que sus sueños se hicieran realidad.
Entretanto su hermana Clara alternaba con las chicas más ricas y finas de su clase de colegio.
Nada era tan hermoso como escaparse en bicicleta a explorar barrios lejanos, desconocidos, marginales. Gente distinta a aquellos con quien María se aburría hasta el hartazgo. Nadie la atraía más que el chico más malo, el avezado , el de la moto y la casaca de cuero. Pero nadie podía contrariar su curiosidad por pasear con una amiga por los viejos caserones de La Punta. O salir en bicicleta como una posesa a recorrer la Av. Brasil , sus quintas preciosas que ya nadie miraba, la belleza del manicomio y el mar infinito desde su propio malecón.
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