Alicia nunca imaginó que esa primera travesura de presentarse a emergencia del Hospital del Seguro significaría lo que ya sospechaba. Que su cabeza corría a mil por hora, o bien se negaba a pensar en las consecuencias o simplemente no caminaba.
Solo recuerda un teléfono público contra la pared llamando a su padre a avisarle que la derivaban cuanto antes a la que sería su primera clínica siquiatrica El, impertubable como siempre, le deseó buena suerte, disimulando una lágrima, porque los hombres y las mujeres finas no lloran.
Sabía desde siempre que su hija sufría trastornos mentales , su comportamiento agresivo o sus tiempos solitarios, se negaba a salir o ver a ser alguno que no fuera su padre , eran sintómas más que graves que algo no andaba bien por la cabeza de su hija.
Había tomado la costumbre de hacer bohemia en un bar del centro, el Wony con teatreros, músicos y especialmente poetas, durante el tiempo que estudía literatura como segunda especialidad en San Marcos. Solía llegar ebria, y calladita se metía a la cama pues eso sí, Alicia nunca faltó un solo día a su trabajo en la universidad donde se sentía tan bien acogida.
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