Ana  y Aliciaerran  primas hermanas. Compartieron  los primeros juegos , la alegría de  una infancia despreocupada en la gran casa de su abuela Rosa Amelia. Ella  era una mujer seria pero de un corazón tan  grande en su figura diminuta, apenas lo podía cargarm Algunas acciones de mi abuelita han quedado grabadas como leyendas en mi memoria- Su humanidad y generosidad   de manantial no conocieron diferenciass.
Ella a los 18 años se casó con mi abuelo, prefecto y viudo con hijos de la  misma edad de mi abuelita. Supo hacerse mujer en lo que demora  el camino de Moyobamba a Lima, cai 20 horas . Manejó con pulso firme y dulce una casa que hasta el día de hoy se yergue majestuosa en el distrito de San Isidro, claro menos adornada pero perdura el olor al perfume  de mi abuelita.
Alicia tenía terror cuando la abuelita la bañaba en la tina. Ella se tomaba muy en serio eso de bañar a las nietas y refregarlasba hasta el último dedo meñique con vigor  poco visto. , Alicia era la engreía de su otra abuela , permisiva y amorosa  corría de esos baños de tortura . Pero luego , la abuelita nos premiaba con un maravilloso dulce de higos de la higuera del jardín, que nunca más volví a probar después que subió al cielo. No podía pasar por el purgatorio un alma que había criado 8 hijos propios, una entenada, otra más hija de un tío, y cualquier niño o niña que necesitara de sus cuidados. A todos  les brindó el mismo amor, la misma atención.
Antes de la reforma agraria, las navidades eran verdaderas celebraciones a todo dar. Los regalos los escondían en el salón dorado y al abrirlo, quedábamos boca abiertos todos los nietos. 
Los regalos eran dignos de la mejor juguetería, aún nosotros creíamos aún en Papá Noel. 
Pocas chicas disfrutaron de una niñez tan feliz como Ana y Alicia.
Y además estaban las otras primas, con las que conformábamos un tropel que bien subía a los árboles o al columpio. Al final de cada tarde de visita, Navidad o de  semana mi abuelita nos calentaba con el dulce de higo o con sus postres,