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lunes, 17 de marzo de 2014

María veía caer la tarde sola. Y se sentía invadida por una libertad eufórica, a veces, otras por una nostalgia terrible. Las tardes alegres escuchaba música salsa, hablaba por teléfono. Las otras, hacía esfuerzos para no caer en el pozo hondo de la soledad.
 Su marido solía salir al café a esas horas y ella podía pegarse a las ventanas a ver su barrio no tan lejano. María, sin querer había vuelto al barrio donde creció y fue tan feliz de niña .Tanto correr, tanto vivir y mudarse en  pos de vivencias y terminar en el mismo sitio era algo que  le parecía cabalístico. Quizás aquí moriría, sin salir más de la zona de la que se escapaba hacia lo marginal o hacia sus descubrimientos de la belleza diferente.
Esa práctica la tenían desde que él no entraba ya en crisis y llevaba una vida sobria y normal , aún a pesar de los dolores de  la artrosis.
Ella sentía bendecida de tener a su lado a un hombre, que fuera similar a ella. Poco sociable, inseguro, de moverse entre amigos un poco sonsos, entre los que estaba Federico y  a veces, regresaba furioso porque al grupo se metía el salvaje que casi mata a su mujer a golpes, es decir a mi persona.
El lo despreciaba y aseguraba que entre ellos había una relación homosexual.
De ese tipo, el asesino yo podía esperar cualquier desviación, cualquier pose con tal de llamar la atención. Alicia aprovechaba el tiempo para escribir y matar las gotas que ya formaban un  cuenco en su alma. Estaba triste, era un hecho. No tenía dinero y debía esperar a fin de mes.
Cómo extrañaba sus conversas con Ana, ella tenía frases de sus tiempos de estudiante en La Plata que era algo como , te cuento algo que es como milonga de pobre, por lo larga.
Ana cuidaba a Alicia, era una especie de relación de madre a hija pero estaban separadas por una serie de desencuentros, mejor dicho por la voluntad de L.
El parquecito era el mismo parque donde María había crecido haciendo deporte. Corría desde que tuvo uso de razón por el parque, que no era poca distancia. Inclusive embarazada de Chando siguió corriendo. En aquella época era un lugar espantoso, un descampado. María era intrépida y sentía que era el parque de su propiedad. Ahora se había convertido en una belleza, bien cuidado y  bien custodiado. Tenía tanta melancolía por recorrerlo, por caminar las mismas calles de Ana, las bodegas .
En algún momento ella escribía en las  modernas computadoras del enjambre de cabinas que rodeaban el barrio de Ana, Y Alicia también era adicta a sus quintas, a sus casitas que alguna vez fueron preciosos chalecitos.

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