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sábado, 18 de abril de 2015

Aquella tarde fue la culminación de un cúmulo de planes y sueños para Nina. Por fin, pondría en marcha la acción por la que aguardaba   por meses. La doña había preparado perfectamente el ambiente para que las tres mujeres se sintieran cómodas y seguras. Ya al dìa siguiente, hospedada Rocìo en la posada de doña Petro se irìan juntas a la visita del lìder.
Este resultò un hombre taciturno que no hablò màs que con Rocìo y desconfio de Nina desde el principio. Era natural. No la habìa visto nunca, sus referencias no pasaban de ser recomendaciones de viejas y aquellos mineros que Nina mencionò , èl no los recordaba .
Esto ni la acobardò ni la aminalò. Ella venìa a ponerse al servicio de la causa. No a hacer relaciones sociales. Pasado un rato, roto el hielo, conversaron los tres màs distendidamente. Rocìo traìa noticias de su abogado de Lima, empantanado en los vericuecos del Ministerio Pùblico. Nada habìa avanzado.
Y Gregorìo recibìa la noticia como si ya supiera que èl pagarìa por muchos,  por aquellos a   atreverse a levantarse contra las mineras. Quizàs èl fue uno de los primeros y eso lo pagarìa hasta el fin de sus dìas. Parecìa no importarle quedarse en aquella càrcel sombrìa.
Su espìritu volaba màs allà de los altos muros y seguìa los enfrentamientos como si verdaderamente estuviera presente en carne y hueso. Daba consignas al oìdo de su compañera , dictaba òrdenes a seguir pues , por un hombre caìdo, la lucha debìa continuar con màs ìmpetu.


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