La convivencia con Mirtha y su hijita no era del todo fácil. Menos para un muchacho como yo, recién llegado de una casa , atendido por empleadas y con la madre supervisandolo todo.
Lo supe desde el principio pero era cuestión de honor mi adaptación al mundo real.
Ya era un obrero y debía aportar y comportarme como tal tanto en la fábrica como en la casa.
Me causa gracia los malabares que hacíamos para estar a solas . Mirtha iba primero a nuestro vagón.
Ella por iniciativa propia lo mantenía impoluto , y yo llegaba portando siempre algo de picar y una botella de cerveza. La habitación era demasiado pequeña para el amor . Y estaba la niña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario