Está demás decir, que Mirtha dio el primer beso, acurrucados en el vagón que era nuestro escondite cada tarde noche. Y luego, la pasión encendida nos llevó a mudarnos juntos con la misma celeridad a su cuarto de eternit con su hijita. Esta no puso ningún reparo al verme, al contrario, encontró alguien con quien jugar en la charca y quien la llevara a pasear por las huacas perdidas de los alrededores.
No lo he comentado pero el asentamiento era un lugar riquísimo , tenía un río que desembocaba en el mar tras nuestro, cuyas filtraciones formaban una laguna en medio de los cuartos. Un lago límpido con patos y sapos más lejos, descubrimiento mío y una zona intangible de huacas. Estas estaban siempre custodiadas por arqueólogos y custodios pero nosotros lográbamos ingresar subrepticiamente entre los muros de barro y algún día hallamos una muñeca pre-hispánica.
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