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viernes, 8 de agosto de 2014

Ensillo a la yegua blanca, que de tan blanca es azul.
Esta mañana soleada es propicia para galopar sin rumbo. 
Perdernos lejos de la comarca, olvidar el castigo del frío,
, las carreras,  los potros , el abrevadero. La doma de caballos es la tarea más ardua. Y hoy tengo ganas de disfrutar de un paseo por tierras desconocidas.
Apeada a su grupa , la dejo galopar a su aire. Tras horas,
ingresamos a una ruta desconocida.  Es  un sendero arbolado,  tan estrecho, que debo doblar mi cabeza.
Son arbustos de una fragancia intensa a un árbol que no crece por esta comarca.
El sendero se abre y nos topamos con un maravilloso  bosque de pinos, altos, salvajes, que el hombre no debe conocer.
Si descubriera estos hermosos pinos salvajes, los talarían , en poco tiempo desaparecerían.
Cómo conoce mi yegua blanca, lugares tan hermosos? No lo sé , pero gozamos  de la música de los pinos al viento. De su fragancia intensa.
El bosque es oscuro, la cantidad de árboles altos, no permite pasar la luz del sol.
Me tiendo a descansar en un claro .
Embriagada del perfume de los pinos, duermo largo tiempo. 
Despierto, mi fiel yegua blanca ha velado mi sueño. Ha bebido agua de un arroyo, me guía con la cabeza
hacia él.
Es tan hermoso el bosque , que podríamos permanecer toda la vida en él.
Vuelvo a mi realidad, a continuar mis tareas con los demás caballos.

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