Betsabé en el baño, de Rembrandt
BETSABÉ
Cómo será mi piel junto a tu piel
Chabuca Granda, Cardo o ceniza.
Verte es morir, Betsabé.
Y sin embargo, muero.
Susurra el viento cálido del este, y por su voz queda me despierto. La noche, boca entreabierta, que comienza a emerger como un peñasco sujetado por las olas, me arropa suavemente en su tibieza, y así me dejo conducir a mi más oscuro destino.
Ya es primavera, la guerra con su sordo aturdir parece tan lejana. Tan cansado estoy de combatir en tu nombre, Mi Señor Jehová, dame un respiro.
Cardos y caléndulas se abren de par en par.
Y yo busco un aire más fresco.
Y yo te busco, Betsabé, sin saberlo.
Alcanzo la terraza casi preso de una extraña asfixia. Este crepúsculo hace que todo parezca más pequeño, se contiene el mundo en un puño, mi reino entero es un grano de mostaza.
Distingo las primeras lámparas que desafían esta noche aún clara, y entonces apareces de improviso, como el guijarro que lancé hace tantos años a la frente de mi enemigo, que ahora soy yo mismo.
Verte es morir, Betsabé.
Y sin embargo muero.
Y veo no obstante el agua que te acaricia recorrerte.
Y cómo te recorre. Y cómo se funde en cada latido, en cada gota de ese rocío tuyo. Y cómo refresca y purifica tu cuerpo.
No puedo combatirte. Ensoñación, rapto febril, todo se desata, huracán mío, al contemplarte en ese discurrir interminable del agua desde tu cabellera a tus tobillos. Y eres tú con tu cabellera festiva como una bandera al viento, y tus brazos como ciñéndome y tu piel de madreselvas más húmeda aún por el agua que te acaricia.
Y así tus pechos y tus nalgas cimbrean como un fruto maduro que cae al darte vuelta, giras como una amapola hacia el calor, y su temblor rotundo me embriaga como el primer vino de la creación, tus ojos son capulíes encendidos, tus muslos ríos que turgentes atraviesan toda la tierra yerma, que soy yo, la mata de vellos en tu pubis es la noche, las vides, el aire, la bóveda celeste, y soy presa de una hambre, una sed interminable de ti. ¡Oh cómo resistirme! Quiero gritar y no hay voz suficiente que me permita hallar tu nombre, Betsabé.
Verte es morir, Betsabé.
Y sin embargo muero.
Y ya no importa nada, ni mi Señor Jehová, ni el reino, ni el futuro, ni mis hijos que morirán bajo la espada, sólo quiero ser la mano de tus esclavas que se reconocen en ti, deseo ser su piel, anhelo ser el agua que cae derrotada ante tu cuerpo como el lirio al cambio de estación, muero por ser el sayo que te seca.
Y al llamarte todo será abismo.
Ese viento casi callado que me trajo hasta ti esparcirá el incendio donde arderé hasta consumirme, zarza abyecta y maldita en que me he convertido, junto al pueblo elegido y toda mi estirpe.
Y al tenerte seré una oscura profecía inatajable. Seré tu respiración controlando el vuelo de mis besos hasta atraparlos en tus labios. Seré tus talones apretando la feble hoja de mi cuerpo. Seré el beso que va de la lengua al labio, del labio a la mejilla, y de la mejilla a tus hombros deliciosos oh Betsabé.
Seré el que te fecunda de impurezas. Seré el que te montará a lomo desvelado e insomne detrás de los abrevaderos o fieramente en las cornisas del palacio. Mis manos te tomarán, ebrias de sudor, de restos de carbón y brea, y así cogerán tu boca callando tus gemidos, y será tu espalda refregándose contra la tierra espesa de mi vientre, tiznados quedarán tus pezones del polvo que desprenden mis brazos.
Desesperada abrirás en canal el cuero de mis últimos años, asomarán los vellos, las pieles, tu marido, Urías, al que mandé asesinar para tenerte, la sangre de todo lo arrebatado entre nosotros, Betsabé.
Pero ya llegó el invierno, reina mía.
No hay viento ni vírgenes que puedan sacudir el frío en que me he transformado, yo que fui David, pastor, vencedor de gigantes, rey, salmista, y ahora estas cenizas apagadas y marchitas.
Pues verte ha sido morir, Betsabé.
Y viéndote, muero.
Héctor Ñaupari
Gentileza de Rodolfo Ybarra
No hay comentarios:
Publicar un comentario