Antes de la aurora, tendida aún en el lecho, arrancaba hojas pequeñas de sus hombros
las acercaba a la nariz, entrecerraba párpados, labios podía permanecer en estado de gracia perpetúo por horas y horas.
Había olvidado comer y beber. Sin embargo, no permitía que nadie notara su progresivo deterioro físico. Echaba a la boca lo primero que le acercaban y hacía el esfuerzo de tragar. Vestía túnicas de monje así no resaltaban sus huesos puntiagudos.
Parecía que no solo el olfato se le había agudizado , no, cada uno de sus instintos despertaba alerta ,
Su conciencia no descansaba por aspirar e idear nuevas formas de hacerlo.
Le asaltaba el terror de perder el origen del disfrute.
Sí, millones de esporas, que luego serán raíces , cubrían su cuerpo, pero si alguien con mala intención rociara insecticida , pesticida, cualquiera de esas armas químicas de aniquilar.
Sería su fin, ya convertida en criatura vegetal, ella sucumbiría con grandes dolores al ataque químico.
Era ese el terror que en fogonazos eléctricos aparecían en su paradisíaca vida .
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