En esta oportunidad, tenemos como invitado al poeta peruano Héctor Ñaupari. El es es un destacado promotor de las ideas de la libertad, tanto en el Perú como en el ámbito latinoamericano. Ha sido electo como Vicepresidente de la Red Liberal de América Latina, RELIAL, es actualmente su Presidente Interno y es Presidente del Instituto de Estudios de la Acción Humana.
A continuacion los dejo con cuatro poemas del autor:
Ana Karenina
Hoy tengo el corazón deshabitado, Karenina.
Sus paredes se desvanecen como el aire y son presas del moho de tu ausencia.
En esta casa ya sin risas
no se oyen más tus gemidos culpables
no estoy más vestido con tu cuerpo
pero me encuentro sepultado en tus recuerdos
engullido sin pausas en tu salto definitivo
hacia el tren de nuestra angustia.
Te veo, como si renacieras cada tarde, llegar con la primavera, Karenina.
Envuelto en el mohín discreto de tu boca
que nunca supe descifrar.
Donde estaba el vino que me ofrecías con la locura tenue de tus labios
hoy se enseñorean la sangre y la ceniza de esta guerra trémula en la que estoy atrincherado y fracaso en morir cuando ya estoy muerto.
En este cielo oscurecido que son mis días y noches, cierro mis ojos mustios y entonces tu fantasma me apuñala el pecho, Karenina.
No he muerto aún pues donde estaba este cobarde corazón hay un inmenso hueco donde ninguna luz puede entrar.
Todos los pétalos han sido arrancados de este duro cáliz que no se aparta de mí y se hunde como la daga mortal que yo mismo usé para atravesar tu alma.
Por eso, me digo, ésta es la copa vacía en la que nadie desea beber.
Y en medio de los gritos de agonía de los soldados y oficiales y el balbuceo mortal de la metralla, pienso en ti, Karenina.
Cuando éramos los potros salvajes de la noche
o los tigres de bengala devorando la luna nupcial.
Ah tu cabello descendiendo como arroyos en mi boca
Ah tus pechos como flores de mayo deshaciéndose en mi lengua
Ah tus manos invadiéndome como la hierba que crece en los parques y las calles rotas de San Petersburgo
Ah tus muslos y pantorrillas entrelazadas en mí como las enredaderas.
Ahora todo es lodo, el aire mismo ha muerto. Y mi alma con él, que porfía en seguirte recordando.
Entonces, la bala que esperaba desde hace tanto llega y estalla
y me sacudo como un junco al viento
como cuando llegaba a la frontera de tu sexo y todas las cosas eran nuevas.
Por fin las lágrimas que derramé tienen sentido.
Esta sonrisa que se acerca a mi rostro como una bestia sigilosa sabe que esta vez nos reuniremos, Karenina.
Ahora sé que perdonarás mi cobardía y me tomarás del brazo y nos perderemos en esta tarde en la que el sol está por morir.
Y mi mirada está ciega ya, observando el punto más distante.
Este final es nuestro principio. Yo soy el Conde Vronsky y por fin, nuestro tren ha llegado, Karenina.

CIRCE
Para C con amor y cariño.
Malévola tu ausencia.
Vals Hermelinda, letra de Alberto Condemarín.
El vino que embriaga, la leche que nutre, la miel que empalaga, el agua que calma la sed, todos esos sabores aparecen, fantasmales, en tu boca, amada mía.
La lluvia que crepita, la garúa que invade, la ola que restaña insensata contra la orilla, la niebla que arroba, el fuego que murmura, la arena que sisea serpiente al acercarse al mar, todo, todo me recuerda a ti.
En este delirio mis pensamientos son sofocados por la tibia temperatura de nuestra última noche, allende el norte, en tu palacio espléndido. Por la ambrosía de feble sabor que se desliza como la seda en nuestros labios. Por la carne dulce que disfrutamos juntos. Por, evocadora Afrodita, la perfumada calidez de tu cuerpo: alhelíes, magnolias, dalias, amapolas, flores salvajes que me sedujeron con sus pétalos rotundos y perfectos.
Tantas vidas vividas. Tantas idas y vueltas.
Oh cómo volver a ellas.
Cada segundo transcurrido en este sueño se hace inolvidable. Cuánto más quiero abandonarlo se arraiga más profundamente, como las raíces de las siemprevivas. Su vista perpetua me sumerge, como en el mar donde naufragué y encallé tantas veces, en la nostalgia inenarrable de jamás volverlos a vivir.
En él he de saberme Botticelli haciéndote nacer del mar. Vuélvome Goya otra vez, pidiéndote un desnudo frontal y escandaloso, como ese amor que sólo tengo yo por ti, y es mil veces no correspondido. O empiezo a pensarme el Divino Marqués, apresado en la niebla de tu vientre, creyendo corromperte en ejercicios nada virtuosos, oh Justine mía, abandonado en la oscura celda de mi imaginación.
Entretanto, en Ítaca, donde he vuelto a mi vida marital y cotidiana, no se ve tu corazón desprovisto de sueños en común. No puedo ver, bien mío, tu alma sin cadenas ni anillos ni velos de novia estrenada. No puedo tocar, sibila de mis noches más febriles, tus pechos enhiestos como los crepúsculos de Martín Adán, tu cintura y caderas como los cuartos menguantes y las lunas crecientes unidas de ese modo secreto que sólo tú y yo conocemos, ni acariciar tus pies bellos, suaves y pequeños, que cuidaba con ungüentos y perfumes, que me enamoraron de ti irremediablemente. En esta habitación desnuda que es la lucidez, me tortura, como a Prometeo el ave que lo devora cada día, saber que nadie puede ser ni será nunca tu dueño. Saber que sólo te perteneces a ti.
Tantas vidas vividas. Tantas idas y vueltas.
Tanto irnos para no volver.
Y lo terrible de esta tragedia de soñarte cada noche y amanecer sin tenerte es que no quiero ser tu dueño, oh Circe de mis desvelos, sino ser de ti como la miel es del vino, como la leche es del niño recién nacido, o el agua pura pertenece al hombre perdido: esa mezcla perfecta de amigos, amantes, compañeros, enamorados, confidentes, ese modo de pertenecernos sin dominarnos, ser dos seres libres que se comparten en su reflejo y parecido.
Ahora, mientras veo a Penélope dormir, pienso, quién pudiera componer este poema, que eres tú, como el iris que alumbra tus párpados, como tus índices que me cortan la piel en imperfectas tiras, como tus cabellos castaños e intensos, iguales al café que humea en las frías mañanas en que te necesito tanto.
Cómo quisiera, ahora que amanece, aparecer como un espectro enamorado en esa soledad tuya, como la casa a la que llegas siempre tarde, semejante a un silencio frío como una espada que, recién forjada, atraviesa el hielo para templarse. Y en esa soledad tuya sueño que estoy preso en ti, que vivo en la cárcel abierta de tus brazos, que no quiero salir más de aquí.
Tantas vidas vividas. Tantas idas y vueltas.
Cuánto perdimos en esos años sin vernos.
Sueño que vivo feliz, hechicera, transformado por el encantamiento dispuesto en tu boca roja como una granada, que me ofreces y devoro sin pausa, en el lobo que fiero y hambriento corre desesperado tras de ti, o en el oso que atraviesa bosques y estepas para encontrarte sin poder hallarte. Sueño que alguna vez fui Odiseo, y no la sumergida sombra que ahora soy. Y entonces, todo despierta.
Friné
Desnúdate y sé mi angustia, Friné.
Vuélvete mi ira ensangrentada
agarrotada como mi puño alrededor de tu cuello.
Líbrame del peligro que me acecha, imagen y sierva de la Diosa,
tan sólo despojándote de esta túnica inútil.
Quédome postrado ante ti
como los ancianos heliastas que descubrieron el asombro
en la conmovedora contemplación de tu cuerpo sedicioso
palpitando inesperado por el miedo y el entusiasmo.
Cómo no ser yo esas miradas
Cómo no turbarme ante tus caderas aduraznadas,
Cómo no verme repetido en la fascinación de todos los hombres que han codiciado las pálidas sombras que alguna vez te evocaron;
Guilio Romano soñándote en las dieciséis posturas elementales,
Velásquez pintándote ante un espejo,
Egon Schiele dejándote agotada en sus trazos inmisericordes,
Modigliani antes de derrumbarse en el Sena,
con su vidriosa y muerta mirada fija en ti.
O ser también Hipérides, amándote más allá del desafuero,
queriendo sólo descansar la cabeza, exhausto y al final de todo, en la colina de tu vientre, Friné,
un solo beso tuyo bastará para salvarme
y transformarme en tu lengua delicada
para estar siempre en tu boca
pidiéndote, una y otra vez, que desciendas las escalinatas dejándote las ropas y sandalias en cada peldaño
hasta que, por fin, desnuda, me vuelvas la espalda,
para acabar posado en ti, adolescente impía,
como la noche en la línea febril del horizonte.
Penélope soñada por Odiseo
Sólo perduran en el tiempo las cosas
que no fueron del tiempo
Jorge Luis Borges
Deja que te vea como un ardor pálido y desnudo, puro como el agua del primer día de la creación.
Permite que sea tu padre, arropándote en tu hora primera.
Puede que te sorprenda como una fiera que incógnita y enloquecida irrumpa ante ti
buscando tu piel erizada de pánico
o tu pecho detenido en el fúlgido instante de la muerte.
No impidas que mi amor se extravíe en tu boca, donde nacen todos los pétalos o se atesora el rocío último.
Me parece que hemos vivido antes este sueño
donde te poseo y te contemplo al mismo tiempo
tal vez la mañana antes de partir, o la noche de conocernos,
en que arrobados
como el suicida decidido e inmisericorde
nos dejamos caer, desventurados, a las entrañas del vacío.
No lo recuerdo bien. Hace ya veinte años de dejarte.
Pero todavía guardo invictas, algunas fuerzas,
para imaginar, por última vez, tu nocturno recorrido a los brumosos bordes del mar.
Me advierto incesante en tu larga carrera hacia las olas.
A ellas te acercas sin más vestidos que la noche, sumergiéndote desesperada y obsedida en sus brazos.
Su vaivén soy yo, tu esposo, que te sueña.
Y al advertir nuestro lecho nupcial convertido en una encendida ausencia, te extraño, esposa.
Entonces, invadido por la melancolía, cobras súbita forma.
Tu cuerpo resplandece delicado entre los arroyos donde nos entrevimos
asombrados como dos amantes estrenados y jóvenes
desafiando al tiempo implacable que no conoce
de nuestros ardores intactos como tus muslos cerrados en mí.
No le pertenecemos.
Y pensar que estando tan lejos nos sentimos más juntos.
Ahora esa distancia tan lejana nos une.
En eso, que me aproximo a nuestras tierras de perpetua niebla, donde nada separa a las sombras de la luz, termina el sueño.
Bien sé que han llegado hasta ti terribles historias. Nada temas.
Circe
Calypso
Nausicaa
Jamás fueron esposas ni amantes ni afiebradas alucinaciones para soportar la soledad insomne de un hombre perdido.
Son solamente las doloridas sombras
de este atormentado contador de historias
que debía inventar hechiceras, diosas y princesas
para no enfrentar la infeliz realidad de su protagonista:
vencedor de un combate sin héroes
un náufrago sin nombre
la víctima más famosa del mar inagotable.
Por eso seré el asesino de tus pretendientes y mis remordimientos.
Los desollaré vivos como a los celos que te consumen.
Dejaré que su sangre se apelmace en tu lengua para que jamás pronuncies sus nombres
Y entonces, encallarás para siempre en mi pecho tiznado y sumergido en una fiebre que no espera
Y las huellas de tus pies no irán más hacia las olas
pues marcarán irremediablemente mis hombros y caderas simultáneamente
en una postura tan imposible como nuestra
Y en ese movimiento que titila como el brillo solar que antecede al crepúsculo
nos quedaremos, al fin, extraviados pero unidos