Admito,
la visión de la portada del libro encegueció tus sentidos.
Una coz certera a tus entrañas,
derramó tu hiel.
Ay envidia, cuán triste debe ser
sentir tu ponzoña corriendo por la sangre
envileciendo ideas, emociones,
enfermando el alma y asesinando al enemigo.
Casi me matas con tu trampa,
dictada por tu maestro del odio, Guido.
Yo no te conozco envidia,
Sé del espectáculo fantástico de los ocres,
amarillos de Chagall
incendiando los campos húmedos,
con llovizna imperceptible.
Eso sí conozco.
Esa imagen golpeó de sangre tu ojo
y además estaba mi propio perfil
sonriendo feliz y auténtica de quien ama
lo que escribe
y ríe con todo los músculos y huesos,
y tanto río que chocan y componen un son de risa.
Ha de llegarte el día, lo deseo para ti.
Soñarás con la mente y el pecho,
conseguirás con esfuerzo materializar
el anhelo.
Olvida eso sí, los mimos de mamá.
Nadie es especial en esta tierra.
Nadie, y menos aquellos que obran mal.
o escuchan los dictados de los malos.
La vida gira y torna despiadada con quien mata.
Y tú quisiste matar.
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